miércoles, 30 de abril de 2014

EL CIELO... ¿QUE HAY DEL OTRO LADO?

Guía de Viaje al Cielo / Anthony DeStefano/ Editorial Grijalbo

Primer capítulo

Cuando se le pregunta a la gente cómo cree que será el cielo, la mayoría tiene dificultades para dar una respuesta clara. En lugar de contestar con firmeza, tantean con una serie de adjetivos, entre los que casi siempre aparecen palabras como "nublado", "brumoso", "blanco" y "de ensueño". Otras personas dicen que se imaginan el cielo inundado de "una luz increíblemente intensa". Cualquiera que sea la imagen que se tiene del cielo, lo más probable es que una de las palabras que se nos pase por la cabeza sea "espiritual".

Cuando nos decidimos a describir el cielo de una forma material, normalmente pensamos en ángeles o santos con túnicas blancas y coros al fondo. La única actividad que imaginamos que esos extraños seres desarrollan es la continua adoración de un Dios invisible, tan nebuloso e indefinido como el cielo mismo. ¡No es de extrañar que nadie tenga muchas ganas de viajar a semejante sitio!

Pues bien; lo primero que hemos de hacer antes de iniciar el viaje es quitarnos de la cabeza lo de las túnicas y los coros. Muchos de nosotros tenemos una idea tan errónea del cielo que no limita nuestra capacidad para imaginarlo, por no hablar de nuestro deseo de ir allí. En parte se debe a que la industria del espectáculo nos ha programado para concebir el cielo tal como aparece en las tiras cómicas, con nubes, arpas, aureolas de santos y demás. Pero los verdaderos culpables son los poetas que llevan siglos intentando expresar la alegría, el éxtasis y la felicidad del cielo con múltiples imágenes "etéreas". Si bien estas imágenes están destinadas a elevar nuestras almas y a permitirnos vislumbrar la naturaleza trascendente del cielo, muchas veces producen el efecto contrario y nos dejan desinflados, apáticos y aburridos.
 
Que conste que no menosprecio a los poetas. Estos simplemente han intentado con el cielo lo que hacen con todo lo demás: reducirlo a la verdad elemental. Pero en esta época cínica, escéptica y práctica que nos ha tocado vivir, no necesariamente queremos la verdad elemental. Ya sabemos que el cielo es el "paraíso" y que vamos a experimentar el "júbilo absoluto" cuando lleguemos allí. ¡Lo que necesitamos, y a toda costa, es conocer lo concreto! Queremos saber cómo va a ser allí la felicidad.
¿Quieres entender el cielo como nunca en toda tu vida? ¿Quieres vivir una verdadera experiencia del cielo, ahora mismo? Puedes conseguirlo, sin pasar al siguiente capítulo, simplemente con un pequeño experimento.
 
Arruga un extremo de la página que estás leyendo. Después, aferra con la mano la silla en la que estás sentado y apriétala, nota su dureza. Aspira una profunda bocanada de aire, dejando que se te llenen los pulmones. Percibe los olores de la habitación en la que estás. Por último, mira a tu alrededor y fíjate en los diversos colores y formas de los objetos.
 
Voy a contarte un secreto: el cielo será así. El cielo tiene un carácter físico.
 
Espero que nadie me interprete mal. El cielo no es solo eso. El cielo es completa y sorprendentemente distinto de la habitación en la que te encuentras. En otro caso, casi no merecería la pena hacer el viaje, pero hay que empezar por lo más básico. Antes de adentrarnos en los aspectos fascinantes y trascendentes de ese lugar, debemos comprender, de una vez por todas, una verdad fundamental: que el núcleo mismo del cielo no es solo espiritual, sino también material.
 
Si algo nos han enseñado las religiones monoteístas -el judaísmo, el cristianismo y el islam- es que Dios es un Dios de crea-ción,1 a quien le encanta hacer cosas. Desde el principio mismo de la Biblia hasta el final, Dios no para de crear toda clase de maravillas: galaxias, estrellas, planetas, océanos, montañas, bosques, animales, seres humanos, etcétera. Él lo ha creado todo, y constantemente pone esas cosas al servicio de sus designios. Raramente hace aparecer algo de la nada con un simple chasquear de dedos. Por lo general emplea una de sus creaciones para producir el cambio o el efecto que desea o, por decirlo de otra manera, suele valerse de medios físicos para hacer lo que quiere.
 
Vamos a ver. ¿Quién puede creerse que Dios vaya a renunciar a su amor por la creación y su amor por lo físico simplemente porque este pequeño mundo nuestro toque a su fin? ¿Quién va a creerse, después de todo lo que ha hecho en el transcurso de la historia, que convertirá el cielo en una ensoñación nebulosa? Imposible. No es su forma de actuar, ni lo que nos enseñan la Biblia y el cristianismo.
 
Si bien los teólogos cristianos han empleado con largueza el lenguaje poético para exponer los aspectos espirituales del cielo, también han insistido, en el transcurso de dos milenios, en sus características físicas. Al igual que cualquier escala exótica de la tierra, el cielo tendrá su propio clima, su paisaje y su población. El propio Jesucristo recurrió a unas imágenes muy físicas para describir el cielo. Decía, por ejemplo, que en la "casa" de su Padre hay muchas "mansiones", y que allí iba a preparar un "sitio" para nosotros. En el libro del Apocalipsis se vuelve a insistir en ese punto. Aunque en la descripción bíblica del cielo se emplean profusamente tanto imágenes literales como simbólicas -calles doradas, columnas de perlas y muros adornados con joyas-, no cabe duda de que es un lugar tangible, visible, constituido por edificios y materiales también visibles, con dimensiones y distancias reales.
 
Por alguna razón, no es una verdad muy extendida entre la gente; sin embargo, es fundamental que todos la comprendamos. Aunque no sacarais nada más en claro de este libro, bastaría con que entendierais esta creencia cristiana: el cielo es una realidad espiritual, pero también es un lugar real y físico. De una forma un tanto misteriosa, podremos tocarlo, sentirlo, oírlo y olerlo. Eso significa que la vida que llevaremos allí -a pesar de su carácter trascendental, espiritual-, se parecerá a la vida que llevamos aquí mucho más de lo que se imagina la mayoría de las personas.
Pero ¿qué ocurre con mi tío, que falleció el año pasado? ¿Y con mis abuelos, que murieron cuando yo era pequeño? ¿Y con todas las buenas gentes que murieron a lo largo de la historia del mundo? ¿Están experimentando el cielo como un lugar físico en este mismo momento?
 
La respuesta es no; todavía no. Y antes de continuar, es muy importante explicar por qué.
 
La palabra "cielo" se emplea fundamentalmente de dos maneras. Cuando muere un ser querido solemos decir que esperamos que esa persona "haya ido al cielo". Y, por supuesto, puede ser verdad. El cielo no es solo un lugar para el futuro, sino que ya existe. Con la palabra "cielo" definimos el lugar que habita Dios en este mismo momento. Si Dios consideró dignos de entrar en el paraíso a los familiares y amigos fallecidos, podemos decir con toda tranquilidad que están en el cielo. Mientras lees estas palabras, tu abuela, tu padre, tu tía o cualquier otro ser querido que haya muerto puede estar experimentando la felicidad increíble, extática, de vivir con Dios. Pero si bien esto es cierto en el sentido más profundo, también lo es -como dijeron san Agustín, santo Tomás de Aquino y todos los grandes teólogos que tratan la muerte- que aún no están experimentando el cielo en toda su plenitud.
 
Eso se debe a que los seres humanos constamos de cuerpo y alma. Cuando morimos se separan, temporalmente. El cristianismo siempre nos ha enseñado que el día del Juicio Final -cuando llegue el fin del mundo- todos los que han muerto resucitarán, como Jesucristo. En ese momento cuerpo y alma volverán a unirse, para no separarse jamás; pero antes de que eso ocurra habrá un período de espera, hasta que recuperemos el cuerpo. Durante esa fase intermedia no podremos disfrutar de todos los placeres del cielo. Como ya hemos apuntado, la razón es que, en última instancia, el cielo será físico y espiritual, y se necesita un cuerpo físico para disfrutar de un entorno físico. Podríamos comparar el cielo con un hotel de cinco estrellas. Después de la muerte podremos alojarnos en una bonita suite y disfrutar de múltiples servicios que contribuirán a que nuestra estancia allí resulte maravillosa; pero más adelante -cuando volvamos a estar enteros- nos invitarán a ocupar un ático precioso, y podremos experimentar todos los nuevos placeres sensoriales que nos ofrecerán ese gran hotel y todas sus instalaciones.
 
Por desgracia, hemos de esperar a la resurrección para que tenga lugar esa "reunión" de cuerpo y espíritu. ¿Cuánto durará la espera? Solo Dios conoce la respuesta. Puede durar siglos u horas. Tampoco podemos adivinar cómo nos sentiremos durante esa espera. Una vez que el alma se separe del cuerpo, nos encontraremos fuera del tiempo y del espacio. Si, por ejemplo, tu madre murió hace cincuenta años, no hay forma de saber si su alma ha experimentado el paso del tiempo del mismo modo que tú. ¿Quién puede saber si cincuenta años de "tiempo terrenal" se experimentan como cincuenta años de "tiempo celestial"? A lo mejor resulta mucho más corto. Como dijo san Pedro, con Dios "un día es como mil años, y mil años como un día".
 
Y sin embargo, no cabe duda de que a muchas personas les da miedo ese período intermedio. Sí, puede resultar terrible si  imaginamos la muerte solo como oscuridad y silencio. A veces se nos olvida que tenemos algo con lo que comparar la experiencia.
Todo el mundo sabe qué se siente cuando uno se separa del cuerpo, porque todo el mundo sabe lo que es soñar.
Reflexionemos un momento. Sabemos que cuando estamos profundamente dormidos, inmóviles, mentalmente podemos encontrarnos a miles de kilómetros, navegando en un barco, flotando en el aire, riéndonos con los amigos, pasándolo estupendamente. A veces, justo antes de despertar, quizá nos demos cuenta de que estamos soñando. Quizá seamos conscientes de que estamos en la cama y de que lo que estamos viendo como si fuera real forma parte de un mundo de fantasía.
Y pese a saberlo, los colores que vemos son igualmente vivos, los sonidos que oímos igualmente claros, y las emociones que sentimos igualmente auténticas. Y lo mejor de todo es que las personas que viven en el sueño somos realmente nosotros.
 
A veces, estos delirios nocturnos resultan tan placenteros que nos llevamos una terrible decepción cuando el despertador nos devuelve bruscamente a la realidad... y a nuestro cuerpo. Todos nos hemos llevado ese chasco en alguna ocasión. Lo que no debemos olvidar es que cuando eso ocurre, somos testigos de la posibilidad de experimentar sensaciones "corporalmente" sin necesidad de movernos ni abrir los ojos.
 
Por el mismo motivo no deberíamos preocuparnos por el tiempo que nuestro cuerpo y nuestra alma permanecerán separados. El mismo Dios que nos ha concedido el poder de ver, oír y sentir cosas mientras dormimos nos concederá el poder de "sentir" cosas mientras esperamos la resurrección.
 
Se puede disfrutar de una inmensa felicidad incluso antes de recuperar el cuerpo, empezando por estar con Dios y con el espíritu de nuestros amigos y familiares fallecidos. Por eso sé que a mi querida abuela -cuya alma está sin duda en el cielo, pero cuyo cuerpo lleva enterrado cuatro décadas- le va bien. Sé que está en buena compañía, y lo pasa muy bien con su padre, su madre y sus hermanos, que puede verme y también apreciar cómo me va en la vida, y que disfruta de todos los dones, gracias y placeres que Dios ha concedido a su espíritu.
 
Debido al objetivo que persigue este libro, no vamos sin embargo a ahondar demasiado en la naturaleza de esos goces extracorporales, ni a adentrarnos en discusiones sobre la existencia del purgatorio, objeto de profundas discrepancias entre las distintas confesiones cristianas desde hace siglos. Sin despreciar la importancia de tales diferencias doctrinales, quisiera aclarar este punto: el cielo al que viajaremos en las siguientes páginas es nuestro final de trayecto, el cielo del que disfrutaremos después del Juicio Final, el cielo que experimentaremos corporalmente, el cielo en cuya existencia creen todas las confesiones cristianas, el cielo al que, si Dios quiere, se nos permitirá ir algún día, cuando llegue el fin del mundo.
 
Si ese cielo está incluido en tus planes de viaje, no perdamos más tiempo. Los auxiliares de vuelo han cerrado las puertas de la cabina y la torre de control ha dado autorización para el despegue.

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