Guía de Viaje al Cielo
/ Anthony DeStefano/ Editorial Grijalbo
Primer capítulo
Cuando se le pregunta a la gente
cómo cree que será el cielo, la mayoría tiene dificultades para dar una
respuesta clara. En lugar de contestar con firmeza, tantean con una serie de
adjetivos, entre los que casi siempre aparecen palabras como "nublado",
"brumoso", "blanco" y "de ensueño". Otras personas dicen que se imaginan el
cielo inundado de "una luz increíblemente intensa". Cualquiera que sea la
imagen que se tiene del cielo, lo más probable es que una de las palabras que
se nos pase por la cabeza sea "espiritual".
Cuando nos decidimos a describir el cielo de una forma material, normalmente
pensamos en ángeles o santos con túnicas blancas y coros al fondo. La única
actividad que imaginamos que esos extraños seres desarrollan es la continua
adoración de un Dios invisible, tan nebuloso e indefinido como el cielo mismo.
¡No es de extrañar que nadie tenga muchas ganas de viajar a semejante sitio!
Pues bien; lo primero que hemos de hacer antes de iniciar el viaje es
quitarnos de la cabeza lo de las túnicas y los coros. Muchos de nosotros
tenemos una idea tan errónea del cielo que no limita nuestra capacidad para
imaginarlo, por no hablar de nuestro deseo de ir allí. En parte se debe a que
la industria del espectáculo nos ha programado para concebir el cielo tal como
aparece en las tiras cómicas, con nubes, arpas, aureolas de santos y demás.
Pero los verdaderos culpables son los poetas que llevan siglos intentando
expresar la alegría, el éxtasis y la felicidad del cielo con múltiples
imágenes "etéreas". Si bien estas imágenes están destinadas a elevar nuestras
almas y a permitirnos vislumbrar la naturaleza trascendente del cielo, muchas
veces producen el efecto contrario y nos dejan desinflados, apáticos y
aburridos.
Que conste que no menosprecio a
los poetas. Estos simplemente han intentado con el cielo lo que hacen con todo
lo demás: reducirlo a la verdad elemental. Pero en esta época cínica,
escéptica y práctica que nos ha tocado vivir, no necesariamente queremos la
verdad elemental. Ya sabemos que el cielo es el "paraíso" y que vamos a
experimentar el "júbilo absoluto" cuando lleguemos allí. ¡Lo que necesitamos,
y a toda costa, es conocer lo concreto! Queremos saber cómo va a ser allí la
felicidad.
¿Quieres entender el cielo como nunca en toda tu vida? ¿Quieres vivir una
verdadera experiencia del cielo, ahora mismo? Puedes conseguirlo, sin pasar al
siguiente capítulo, simplemente con un pequeño experimento.
Arruga un extremo de la página que
estás leyendo. Después, aferra con la mano la silla en la que estás sentado y
apriétala, nota su dureza. Aspira una profunda bocanada de aire, dejando que
se te llenen los pulmones. Percibe los olores de la habitación en la que
estás. Por último, mira a tu alrededor y fíjate en los diversos colores y
formas de los objetos.
Voy a contarte un secreto: el
cielo será así. El cielo tiene un carácter físico.
Espero que nadie me interprete
mal. El cielo no es solo eso. El cielo es completa y sorprendentemente
distinto de la habitación en la que te encuentras. En otro caso, casi no
merecería la pena hacer el viaje, pero hay que empezar por lo más básico.
Antes de adentrarnos en los aspectos fascinantes y trascendentes de ese lugar,
debemos comprender, de una vez por todas, una verdad fundamental: que el
núcleo mismo del cielo no es solo espiritual, sino también material.
Si algo nos han enseñado las
religiones monoteístas -el judaísmo, el cristianismo y el islam- es que Dios
es un Dios de crea-ción,1 a quien le encanta hacer cosas. Desde el principio
mismo de la Biblia hasta el final, Dios no para de crear toda clase de
maravillas: galaxias, estrellas, planetas, océanos, montañas, bosques,
animales, seres humanos, etcétera. Él lo ha creado todo, y constantemente pone
esas cosas al servicio de sus designios. Raramente hace aparecer algo de la
nada con un simple chasquear de dedos. Por lo general emplea una de sus
creaciones para producir el cambio o el efecto que desea o, por decirlo de
otra manera, suele valerse de medios físicos para hacer lo que quiere.
Vamos a ver. ¿Quién puede creerse
que Dios vaya a renunciar a su amor por la creación y su amor por lo físico
simplemente porque este pequeño mundo nuestro toque a su fin? ¿Quién va a
creerse, después de todo lo que ha hecho en el transcurso de la historia, que
convertirá el cielo en una ensoñación nebulosa? Imposible. No es su forma de
actuar, ni lo que nos enseñan la Biblia y el cristianismo.
Si bien los teólogos cristianos
han empleado con largueza el lenguaje poético para exponer los aspectos
espirituales del cielo, también han insistido, en el transcurso de dos
milenios, en sus características físicas. Al igual que cualquier escala
exótica de la tierra, el cielo tendrá su propio clima, su paisaje y su
población. El propio Jesucristo recurrió a unas imágenes muy físicas para
describir el cielo. Decía, por ejemplo, que en la "casa" de su Padre hay
muchas "mansiones", y que allí iba a preparar un "sitio" para nosotros. En el
libro del Apocalipsis se vuelve a insistir en ese punto. Aunque en la
descripción bíblica del cielo se emplean profusamente tanto imágenes literales
como simbólicas -calles doradas, columnas de perlas y muros adornados con
joyas-, no cabe duda de que es un lugar tangible, visible, constituido por
edificios y materiales también visibles, con dimensiones y distancias reales.
Por alguna razón, no es una verdad
muy extendida entre la gente; sin embargo, es fundamental que todos la
comprendamos. Aunque no sacarais nada más en claro de este libro, bastaría con
que entendierais esta creencia cristiana: el cielo es una realidad espiritual,
pero también es un lugar real y físico. De una forma un tanto misteriosa,
podremos tocarlo, sentirlo, oírlo y olerlo. Eso significa que la vida que
llevaremos allí -a pesar de su carácter trascendental, espiritual-, se
parecerá a la vida que llevamos aquí mucho más de lo que se imagina la mayoría
de las personas.
Pero ¿qué ocurre con mi tío, que falleció el año pasado? ¿Y con mis abuelos,
que murieron cuando yo era pequeño? ¿Y con todas las buenas gentes que
murieron a lo largo de la historia del mundo? ¿Están experimentando el cielo
como un lugar físico en este mismo momento?
La respuesta es no; todavía no. Y
antes de continuar, es muy importante explicar por qué.
La palabra "cielo" se emplea
fundamentalmente de dos maneras. Cuando muere un ser querido solemos decir que
esperamos que esa persona "haya ido al cielo". Y, por supuesto, puede ser
verdad. El cielo no es solo un lugar para el futuro, sino que ya existe. Con
la palabra "cielo" definimos el lugar que habita Dios en este mismo momento.
Si Dios consideró dignos de entrar en el paraíso a los familiares y amigos
fallecidos, podemos decir con toda tranquilidad que están en el cielo.
Mientras lees estas palabras, tu abuela, tu padre, tu tía o cualquier otro ser
querido que haya muerto puede estar experimentando la felicidad increíble,
extática, de vivir con Dios. Pero si bien esto es cierto en el sentido más
profundo, también lo es -como dijeron san Agustín, santo Tomás de Aquino y
todos los grandes teólogos que tratan la muerte- que aún no están
experimentando el cielo en toda su plenitud.
Eso se debe a que los seres
humanos constamos de cuerpo y alma. Cuando morimos se separan, temporalmente.
El cristianismo siempre nos ha enseñado que el día del Juicio Final -cuando
llegue el fin del mundo- todos los que han muerto resucitarán, como
Jesucristo. En ese momento cuerpo y alma volverán a unirse, para no separarse
jamás; pero antes de que eso ocurra habrá un período de espera, hasta que
recuperemos el cuerpo. Durante esa fase intermedia no podremos disfrutar de
todos los placeres del cielo. Como ya hemos apuntado, la razón es que, en
última instancia, el cielo será físico y espiritual, y se necesita un cuerpo
físico para disfrutar de un entorno físico. Podríamos comparar el cielo con un
hotel de cinco estrellas. Después de la muerte podremos alojarnos en una
bonita suite y disfrutar de múltiples servicios que contribuirán a que nuestra
estancia allí resulte maravillosa; pero más adelante -cuando volvamos a estar
enteros- nos invitarán a ocupar un ático precioso, y podremos experimentar
todos los nuevos placeres sensoriales que nos ofrecerán ese gran hotel y todas
sus instalaciones.
Por desgracia, hemos de esperar a
la resurrección para que tenga lugar esa "reunión" de cuerpo y espíritu.
¿Cuánto durará la espera? Solo Dios conoce la respuesta. Puede durar siglos u
horas. Tampoco podemos adivinar cómo nos sentiremos durante esa espera. Una
vez que el alma se separe del cuerpo, nos encontraremos fuera del tiempo y del
espacio. Si, por ejemplo, tu madre murió hace cincuenta años, no hay forma de
saber si su alma ha experimentado el paso del tiempo del mismo modo que tú.
¿Quién puede saber si cincuenta años de "tiempo terrenal" se experimentan como
cincuenta años de "tiempo celestial"? A lo mejor resulta mucho más corto. Como
dijo san Pedro, con Dios "un día es como mil años, y mil años como un día".
Y sin embargo, no cabe duda de que
a muchas personas les da miedo ese período intermedio. Sí, puede resultar
terrible si imaginamos la muerte solo como oscuridad y silencio. A veces se
nos olvida que tenemos algo con lo que comparar la experiencia.
Todo el mundo sabe qué se siente cuando uno se separa del cuerpo, porque todo
el mundo sabe lo que es soñar.
Reflexionemos un momento. Sabemos
que cuando estamos profundamente dormidos, inmóviles, mentalmente podemos
encontrarnos a miles de kilómetros, navegando en un barco, flotando en el
aire, riéndonos con los amigos, pasándolo estupendamente. A veces, justo antes
de despertar, quizá nos demos cuenta de que estamos soñando. Quizá seamos
conscientes de que estamos en la cama y de que lo que estamos viendo como si
fuera real forma parte de un mundo de fantasía.
Y pese a saberlo, los colores que vemos son igualmente vivos, los sonidos que
oímos igualmente claros, y las emociones que sentimos igualmente auténticas. Y
lo mejor de todo es que las personas que viven en el sueño somos realmente
nosotros.
A veces, estos delirios nocturnos
resultan tan placenteros que nos llevamos una terrible decepción cuando el
despertador nos devuelve bruscamente a la realidad... y a nuestro cuerpo.
Todos nos hemos llevado ese chasco en alguna ocasión. Lo que no debemos
olvidar es que cuando eso ocurre, somos testigos de la posibilidad de
experimentar sensaciones "corporalmente" sin necesidad de movernos ni abrir
los ojos.
Por el mismo motivo no deberíamos
preocuparnos por el tiempo que nuestro cuerpo y nuestra alma permanecerán
separados. El mismo Dios que nos ha concedido el poder de ver, oír y sentir
cosas mientras dormimos nos concederá el poder de "sentir" cosas mientras
esperamos la resurrección.
Se puede disfrutar de una inmensa
felicidad incluso antes de recuperar el cuerpo, empezando por estar con Dios y
con el espíritu de nuestros amigos y familiares fallecidos. Por eso sé que a
mi querida abuela -cuya alma está sin duda en el cielo, pero cuyo cuerpo lleva
enterrado cuatro décadas- le va bien. Sé que está en buena compañía, y lo pasa
muy bien con su padre, su madre y sus hermanos, que puede verme y también
apreciar cómo me va en la vida, y que disfruta de todos los dones, gracias y
placeres que Dios ha concedido a su espíritu.
Debido al objetivo que persigue
este libro, no vamos sin embargo a ahondar demasiado en la naturaleza de esos
goces extracorporales, ni a adentrarnos en discusiones sobre la existencia del
purgatorio, objeto de profundas discrepancias entre las distintas confesiones
cristianas desde hace siglos. Sin despreciar la importancia de tales
diferencias doctrinales, quisiera aclarar este punto: el cielo al que
viajaremos en las siguientes páginas es nuestro final de trayecto, el cielo
del que disfrutaremos después del Juicio Final, el cielo que experimentaremos
corporalmente, el cielo en cuya existencia creen todas las confesiones
cristianas, el cielo al que, si Dios quiere, se nos permitirá ir algún día,
cuando llegue el fin del mundo.
Si ese cielo está incluido en tus
planes de viaje, no perdamos más tiempo. Los auxiliares de vuelo han cerrado
las puertas de la cabina y la torre de control ha dado autorización para el
despegue.